Estremecida. Así me tienes, con los sentidos a flor de piel, como si mi alma estuviera rotulada a tu nombre desde antes de encontrarte. Hay mujeres que saltan tímidamente, pero tú te deslizas, tienes arte para acercarte a mi mente y a mi piel.
¿Qué me hiciste? Esa es la pregunta recurrente, de la que no encuentro respuesta en noches de desvelo, al reconocerme como una chica irremediablemente feliz y plena; tanto que me asusta, porque no sé si se trata de un espejismo.
Apretar mis labios con los tuyos es un acto de inercia emocional y física, es necesidad y
recompensa, para experimentar después más necesidad inducida e insuficiente recompensa. Es como tener sed y no poder saciarla. Tus labios carnosos, cálidos, alteran mis pulsaciones y erizan mi piel, hasta sentirte en mi cuello, pechos, en mis caderas y muslos.
Al habitar tus labios no pienso, solo siento que en tu piel apaciguo todas mis necesidades.
Al besarte, tus manos hacen de mi cuerpo presa y caigo rendida al arrebato de la desnudez desesperada.
Tu cabello suelto y tu olor son mi adicción. Me haces respirar profundo, me haces esclava del calor y la humedad, hasta temblar, hasta morder y empuñar sábanas, con el corazón y el cuerpo expuesto. Soy tuya y quiero (por no decir necesito) que vengas a tomar lo que es tuyo.
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